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Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial «El Arenosillo», Huelva (España). Base de lanzamiento.

16 de julio de 1969. 10:32 a.m.

Diez… nueve… ocho…
—Apaga el cigarro y sube la ventanilla, Goyo, que nos vamos.
—Ya está. Alcánzame el mapa, haz el favor.
Siete… seis…
—Anda leche, qué fallo más grande…
—¿Qué pasa? No me acojones.
Cinco… cuatro…
—Que me he dejado el pan y los crucigramas en la taquilla, ¡me cago en mi calavera!
—En la guantera hay una bolsa de colines.
Tres… dos…
—Agárrate, Manolo, que esto va parriba.
—Dame la mano, Goyo.
Uno… ¡¡¡FUEGO!!!

Los motores de despegue se encienden y la nave Mari Carmen IV tiembla como un Seat Seiscientos bajando por un terraplén. En su interior vamos Manolo Pereira, piloto del módulo de mando, y un servidor, Gregorio Salamanca, comandante de esta misión que tiene como objeto poner el pie en la Luna y recoger muestras de suelo y rocas para su posterior estudio.

El tercer astronauta que conformaba el equipo, José Antonio Montilla, se ha cogido un día de asuntos propios y no se encuentra a bordo. En su lugar, Pereira se ha traído a Canelo, su galgo, porque dice que son muchos días para dejarlo solo.

Cuando los motores alcanzan su máxima potencia, los ganchos que retienen el cohete saltan hacia atrás y comenzamos a elevarnos. Pereira me agarra la mano con más fuerza. Debe de ser el único piloto del mundo con miedo a volar. Seguimos ganando altura y velocidad.

Control llamando a Mari Carmen IV, ¿me recibe?
—Le recibo, Houston. Alto y claro.
No estamos en Houston, comandante. Esto es Huelva.
—Disculpe, señor. Ha sido un lapsus.
¿Cómo está transcurriendo el despegue?
—Fenomenalmente. Esto va como la moto de Ángel Nieto.
¿Cómo dice?
—Que sin incidentes, señor. Todo según lo previsto.

A los doce minutos de haber despegado y después de desprendernos paulatinamente de los motores que van agotando su combustible, comenzamos a notar la ausencia de gravedad. Estamos en órbita alrededor de la Tierra. Canelo, que va sin cinturón, empieza a flotar por el interior de la nave con cara de sorpresa.

De nuevo nos hablan desde la base.
¿Va todo bien, comandante?
—Todo en orden, señor.
Bien, tal y como está planificado, deberán completar una vuelta a la Tierra y acto seguido poner rumbo a la Luna. ¿Está claro?
—Clarinete.
¿Cómo dice?
—Que sí, señor. Afirmativo, Houston.
Huelva, comandante.
—Afirmativo, Huelva.

Miro a Pereira, que tiene la cara pálida como un noruego muerto. Me suelta por fin la mano y me hace un gesto con el pulgar hacia arriba, como diciéndome que va todo bien. Canelo flota hasta él y le lame la escafandra. “Buen perro éste”, me digo.

Abro la guantera con intención de revisar los papeles de la nave y saco un rollo de papel higiénico, dos cintas de cassete de chistes, la bolsa de colines y un paquete de tabaco. Encuentro por fin la documentación y compruebo que está todo correcto: el seguro, el permiso de circulación, la ITV… ¡mierda! Se nos ha pasado pagar el impuesto espacial de vehículos de propulsión. Pero pronto caigo en la cuenta y respiro aliviado; en el espacio no hay Guardia Civil. Al menos de momento.

—¡Anda carallo —exclama Pereira—, me salté la salida!
Control para Mari Carmen IV, no han puesto rumbo a la Luna. ¿Qué ocurre?
—Ha sido un despiste, señor —intervengo.
Bueno, den otra vuelta a la Tierra y en la siguiente estén  más atentos.
—Descuide, estaremos al tanto, Houston.
—¡Y jode con Houston!
—Huelva, Huelva…

Después de completar la segunda vuelta a nuestro planeta, mi compañero enfila la nave hacia la Luna y acelera a fondo. Si no hay ningún contratiempo, en tres días nos plantamos allí.
Miro el póster de Carmen Sevilla que Pereira ha puesto en una pared de la nave, junto a un banderín del Deportivo de La Coruña. ¡Qué mujerón!

Entre pitos y flautas, se acerca la hora de comer.

—Hous… digo, Huelva, tenemos hambre. Vamos a proceder a la pitanza.
De acuerdo, comandante. En el compartimento superior tienen ustedes los víveres.

Abro la trampilla y detrás de las latas de aceitunas veo varias cosas marrones plastificadas que no consigo identificar.

—Control, en el compartimento hay algo que parecen golondrinas desplumadas sin cabeza.
Son pollos asados deshidratados. Eso le iba a comentar. Casi todos los alimentos con los que les hemos abastecido han sido sometidos a un proceso de deshidratación para que ocupen menos espacio. Pero hay un pequeño problema.
—Dígame, señor.
Que con las prisas se nos ha olvidado procurarles agua. Tendrán que apañarse ustedes como puedan.

Afortunadamente, tuve la perspicacia de esconderme varias litronas de cerveza dentro del traje espacial.
Después de comernos cada uno cuatro pollos más secos que la mojama y una litrona entre los dos, Pereira pone el piloto automático y nos disponemos a echar una cabezadita. Me recuesto en el asiento y me tapo con una manta de ganchillo que me ha hecho mi suegra para la ocasión. “El buen español después de comer se queda frío”, dice siempre. Canelo, que se ha comido los restos del pollo, se hace un ovillo y se recuesta a los pies de su dueño.

A las siete de la tarde nos despiertan desde la base.

Control para Mari Carmen IV. Llevan varias horas en silencio, ¿va todo bien?
—Ehhh… afirmativo, señor. Estábamos revisando la maquinaria.
Eso está muy bien. Escuchen, el Jefe de Estado se encuentra de visita en la base y quiere saludarles. Prepárense, que dentro de un minuto estará al aparato.

—Joder, Manolo. El Caudillo. A ver qué quiere este ahora.
—¡Manda carallo! ¿Y cómo nos tenemos que dirigir a él? ¿Don Caudillo? ¿Don Franco? ¿Señor Generalísimo?
—Pues ni idea. Tú sabrás, que es paisano tuyo.
—No me lo recuerdes, que bastante me jode. Bueno, mejor habla tú con él, Goyo, que tienes más labia.

La voz aflautada del Caudillo irrumpe en la radio.

Buenas tardes, caballeros.
—Buenas tardes, Eminencia.
Estoy muy orgulloso de ustedes. Es todo un logro y un éxito el habernos adelantado a los americanos, y sobre todo a los rusos, en la carrera espacial por la conquista de la Luna.
—Muchas gracias, Alteza.
Lo de Alteza no irá con segundas, ¿verdad?
—¡No, no, Dios me libre! Tiene usted una estatura más que suficiente… ¡notable, diría yo!
Bueno, bueno. Pues nada, si ven por ahí algún pantano, lo inauguran en mi nombre.
—Descuide, señor.
Y si se encuentran algún comunista, me lo fusilan.
—Eso va a ser más complicado, Su Ilustrísima, esto es una misión de paz. Además, en la Luna no vive nadie, ni comunistas ni no comunistas.
Pues entonces cuando vayan a Marte, que ahí debe estar repleto de ellos.
—Señor, me temo que lo de «Planeta Rojo» no viene por ahí…
¡Haga el favor de no llevarme la contraria, que me sienta muy mal!
—Disculpe, Majestad.
Buenas tardes y buen viaje.
—Gracias. Buenas tardes, Eminencia.

Despido la conexión y miro a Pereira, que se ahueca y suelta una sonora ventosidad.
—Este para mi paisano —dice satisfecho. A los dos segundos se le empaña la escafandra.
—Me parece que te lo has quedado entero para ti solito, Manolo.

FIN DE LA PRIMERA PARTE.

Para leer la segunda (y última) parte Pincha aquí.

 

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http://www.safecreative.org/work/1811189084038-y-si-los-primeros-en-viajar-a-la-luna-hubieran-sido-españoles-