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(CONTINÚA… Si no has leído la primera parte Pincha aquí)

El viaje transcurre con normalidad. Seguimos ingiriendo comida deshidratada y bebiendo el caldo de las latas de aceitunas. Quedan varias litronas pero las reservamos para celebrar cuando hayamos llegado a la Luna. Canelo se nutre a base de restos de pollo y aceitunas escurridas. Ni gota de guerra da el animal, como si fuera consciente de la importancia de la misión. Se entretiene mirando por la ventana y apretando los botones del panel de mando con el hocico cuando se encienden.

Tres días después de haber partido de la base de lanzamiento, entramos en la órbita lunar. Damos trece vueltas completas al satélite y por fin damos con una buena zona para el alunizaje. Mi compañero activa el piloto automático y nos introducimos en el pequeño módulo lunar, que se separa de la nave principal iniciando el descenso hacia la superficie de la Luna.

—Déjalo mirando ya para la nave, Manolo, así luego no hay que maniobrar.
—Asómate y me guías, haz el favor.
—Dale… dale… dale… endereza… dale… un poco más… dale… otro poquito… dale… ¡quieto! Ahí puede valer.

Según las instrucciones, deberíamos contactar con la base de operaciones nada más alunizar para informarles del logro, pero optamos por celebrarlo primero nosotros en solitario. Saco las cuatro litronas que nos quedan, una caña de lomo embuchado —sin deshidratar— y la bolsa de colines de la guantera. Nos pimplamos todo entre los tres y decidimos echarnos una cabezadita para reponer fuerzas antes de salir al exterior.

Cinco horas y media después, la radio nos despierta de nuestro placentero sueño.

Control para Mari Carmen IV. ¿Se puede saber qué están haciendo? Deberían haber alunizado hace varias horas.
—Justamente acabamos de hacerlo, señor. Ahora mismo íbamos a llamarles.
Bueno… cojan la cámara y salgan de la nave. Recuerden que millones de personas en todo el mundo les estarán viendo y escuchando a través de los televisores de sus casas. Acabamos de conseguir el triunfo en la carrera espacial. Es un momento histórico.

Pereira le pone la escafandra de repuesto a Canelo y se la ajusta al cuello con varias vueltas de papel de aluminio. Yo abro la puerta, cojo la cámara con una mano y con ayuda de la otra comienzo a bajar por la escalerilla.

Mientras desciendo intento recordar la frase que tenía preparada. “Es un gran paso… no. Es un pequeño salto… no, tampoco. Es un gran hombre para un paso… joder, ¿cómo era?”. ¡A hacer puñetas! Bajo el último peldaño, pongo los dos pies en la Luna y mirando a cámara grito:

—¡Heeemos ganao, hemos ganao!
—¡Oeeeé, oé oé oeeeé… oooooeeeeé, ooooeeeé! —jalea Pereira desde la escalerilla.
—¡Lo loooo lo, lo lo lo lo loooooooooó… queee viiiiiiiiiiiiiiivaaaa Españaaaaaa! —coreamos los dos juntos a voz en cuello y bailando un pasodoble.
¡Control para Mari Carmen IV! ¡Dejen de hacer el gilipollas! ¿Han oído? ¡Dejen de hacer el gilipollas! ¡Medio mundo les está viendo, joder!
—Vale, vale… tranquilo, Houston.
¡Como vuelva a decir Houston le meto un paquete de cojones, comandante! Haga el favor de comportarse y diríjase a la nación y al resto del mundo explicando cómo ha transcurrido el viaje.
—El viaje fenomenalmente, señor. Como salimos temprano apenas había tráfico. Entre las cintas de chistes y jugar a las adivinanzas, se nos ha pasado volao.
Vale, vale, no siga. Cuéntenos cómo ha ido el alunizaje y qué están viendo ahora mismo.
—El alunizaje de fábula. El piloto Pereira, que es un fiera, lo ha clavao. Lo que estamos viendo ahora mayormente es la Luna, señor, pero ya muy de cerca, claro. Por lo demás, como digo yo, por aquí está todo muy tranquilo.
Joder, vaya datos… Ande, enfoque el paisaje con la cámara y haga un recorrido panorámico por él.
—¡Marchando esa panorámica!
Un momento… ¿qué es eso que se mueve entre las piernas de su compañero?
—Es Canelo, el galgo de Pereira.
¿Cómo que un galgo? ¿Pero quién cojones les ha dado permiso para meter un chucho en el cohete?
—Se ha portado de maravilla, señor. Ya es uno más del equipo.
Bueno, vamos a calmarnos, ya hablaremos de esto cuando vuelvan. Ahora pongan la bandera en un sitio bien visible, que eso es algo fundamental.
—No se preocupe, las acaba de poner mi compañero.
¿Cómo que “las” acaba de poner? ¿Cuántas han puesto?
—Dos, señor. La española y la del Deportivo de La Coruña. A Pereira le hacía ilusión.
¡La madre que los parió! ¿De dónde coño han salido estos dos idiotas? Escuche, comandante. Quiten ahora mismo la bandera del Deportivo. ¿Me ha oído? ¡Ahora mismo!
—Afirmativo, Hous… Huelva. Ahora mismo la retiramos.
Procedan después a recoger las muestras de suelo y rocas lunares pertinentes, se montan de nuevo en la nave y se vuelven para acá cagando leches. ¿Entendido? ¡Joder, vaya numerito…!

Cortamos la comunicación con la base y mi compañero y yo pasamos un par de horas dando una vuelta por la Luna. Canelo va tan contento dando saltos y volteretas, aprovechando que hay menos gravedad que en la Tierra. De pronto se detiene, encoge las patas traseras metiendo el culo para dentro y le entra un temblorcillo. Pereira lanza un grito.

—¡No, Canelo! ¡Aquí no, carallo!
—¡Treque, treque, treque, culo se te seque! —le digo yo para intentar que aborte la operación.

Pero ya es tarde. El animal lleva casi cuatro días sin aliviarse el vientre y suelta tres mojones formidables que, al contacto con la atmósfera lunar, quedan petrificados en el acto. Pereira, que para estas cuestiones es muy cabalito, coge los tres terruños secos con las manos y volvemos a nuestra nave.

—¿Y la bandera del Depor? —le pregunto.
—¡Ésa se queda ahí puesta por mis cojones!
—¡Amén!

Recogidos los bártulos, nos montamos en el módulo lunar, acoplamos éste a la nave principal y enfilamos para casa.

Después de un total de ocho días de viaje desde que partimos de Huelva, por fin regresamos a la Tierra. Tras amerizar impecablemente en el golfo de Cádiz gracias a la pericia de mi compañero, somos rescatados junto con nuestros equipajes y los restos del cohete por un portaaviones de la Armada Española.

Una vez en la superficie del barco, el director jefe de la misión acude a nuestro encuentro. Tras unas breves palabras de bienvenida, nos pide que le entreguemos las muestras de suelo y rocas lunares para llevarlas al laboratorio cuanto antes. Pereira se me acerca y me susurra al oído.

—Anda carallo, se nos olvidó recoger las muestras. Se nos va a caer el pelo…
—¿Qué hiciste con los mojones del perro, Manolo?
—Están en el cubo de basura de la nave, duros como rocas.
—Tráetelos.
—No jodas, Goyo, no pensarás…
—Tú tráetelos.

Durante varios meses, los técnicos del laboratorio no entendieron cómo era posible que aquellas «muestras de rocas lunares» contuvieran restos de ADN de pollo y aceitunas, formulando diversas teorías para intentar explicarlo. Cuando fueron tirando del hilo y descubrieron el pastel, se convirtieron en el hazmerreír de la comunidad científica.

Pocos días después, casualmente, mi compañero Manolo Pereira y servidor fuimos destinados a otro sector del Instituto Nacional de Técnica Aeorespacial en el que ya no hemos vuelto a viajar a ningún sitio. Ni siquiera nos han llevado a las excursiones que organiza la empresa. Una pena, con el buen equipo que formábamos.

De todas formas, a la Luna es para ir por lo menos dos semanas. Solo ocho días es mucha paliza de viaje y no te da tiempo a ver casi nada.

Firmado: Gregorio Salamanca, comandante de la misión Mari Carmen IV.

FIN.

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http://www.safecreative.org/work/1811189084038-y-si-los-primeros-en-viajar-a-la-luna-hubieran-sido-espanoles-