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*(Relato no apto para menores de 13 años ni personas recatadas).

Prólogo.

Media hora antes de iniciarse la retransmisión de las campanadas de Nochevieja a cargo de los habituales Anne Igartiburu y Ramón García, un desaprensivo vierte en la bebida del presentador unas gotas de una sustancia estupefaciente que provoca una importante desinhibición y euforia en quien la consume.

Puerta de Sol, Madrid. 31 de diciembre de 2018. 23:45 horas.

(Prevenidos, chicos. Estáis en el aire en cinco, cuatro, tres, dos, uno… ¡dentro!).
—¡Hola, corazones! Bienvenidos otro año más a la Puerta del Sol de Madrid, desde donde mi compañero Ramón y yo despediremos con todos ustedes este 2018 para dar la bienvenida al nuevo año.
—Buenas noches, amigos. Efectivamente, como dice Anne, otro año más que nos han endiñado este marrón a los mismos tontos de siempre. ¡Como si no hubiera más presentadores en la cadena!
—No hagan caso a Ramón, ya saben que es un bromista. Estamos encantados de estar aquí y compartir…
—Que no, Anne, que no lo digo de broma. A mí me gustaría estar cenando con mi familia en vez de estar aquí, pero… a joderse tocan.
—(Ramón, por favor, modera el lenguaje. Os recuerdo que os están viendo millones de personas, incluido niños).
—¿Y sabes lo que más me jode, Anne? Pensar que la gente está en sus casas con los huevos calentitos mientras nosotros estamos aquí pelándonos de frío.
—Bueno, Ramón, sí que hace un poco de frío, pero no es para tanto.
—¿Qué no es para tanto? ¿Tú te has visto los pezones? Si te podrían colgar dos abrigos de visón empapados en aceite…
—Yo… ehhh… bueno, pero tú con esa capa tienes que estar muy a gusto.
—Esa es otra. Estoy hasta las peloteas de esta capa que les ha dado por ponerme todos los años. ¡Que parece que voy disfrazado del conde Drácula, joder!
—(No es el momento de hacer reivindicaciones, Ramón, estamos en horario de máxima audiencia).

En ese momento el presentador se quita el pinganillo de la oreja, perdiendo la comunicación con el realizador del programa.

—(Anne, dile a Ramón que se vuelva a colocar el pinganillo).
—Me dicen de Realización que te pongas otra vez el pinganillo, Ramón.
—Dile al realizador que se vaya a tomar por culo, que cuando él iba aún en pañales yo ya presentaba el ¿Qué apostamos?
—Caray, Ramón, te encuentro un poco desatado esta noche.
—¿Sabes quién está desatado? ¡El que tengo aquí colgado! ¡Jajajajaja! Mira, para ir entrando en calor, vamos a abrir esta botella de cava y nos arreamos un lingotazo.
—(Joder, Anne, ¿qué coño le pasa a este hoy? El cava es para brindar después de las campanadas. Dile que deje la botella donde estaba).
—Ramón, me comentan de Realización que…
—¡Y jode con Realización…! Alcánzame tu copa, anda. Y ustedes, queridos espectadores, aprovechen y beban también, que seguro que tienen al lado a algún familiar insoportable que les está dando la Nochevieja.
—Yo prefiero dejar el brindis para el final, Ramón…
—Mira, eso es lo único bueno de estar aquí esta noche, que no tengo que aguantar al tontolapolla de mi cuñado, que es de los que te cuentan chistes y te clavan el codo en el costado para que te rías. ¡Menudo tontolapolla está hecho! Me voy a echar otra copita, que este cava está riquísimo.
—(Anne, quítale el cava, por Dios, que se va a mamar y es lo que faltaba…)
—Bueno, Ramón, vamos a recordar a los espectadores cómo es la secuencia de las campanadas, para que no haya ningún tipo de confusión.
—Eso, explícaselo despacito, que siempre hay algún papanatas que luego me viene diciendo que no se ha enterado bien. Yo mientras me voy a hacer un pisete.
—Pues a ver, corazones, primero bajará el carillón, que es una bola muy gorda, haciendo “talán, talán, talán…”. Luego vienen los cuartos, que hacen “din donnn, din donnn…” y como su nombre indica son cuatro. Porque si fuesen cinco se llamarían quintos, y si fuesen tres se llamarían…
—(¡Anne! ¡Anne! Dile a Ramón que no se suba a la barandilla del balcón a mear, joder, que hay gente debajo. ¡Está saliendo en el plano detrás de ti, maldita sea!)
—…si fuesen tres se llamarían tercios. Y después de los cuartos ya vienen las campanadas, que hacen “gonggg… gonggg…”, y así hasta doce.
—¡Ya estoy aquí! Me he quedado nuevo. ¿Dónde has puesto la botella de cava, Anne?
—(Anne, por favor, escúchame. No sé qué demonios le está pasando a este hombre, ya hablaremos después. Pero dile que se vuelva a guardar el pene dentro del pantalón. Vamos a acabar todos en la calle por su culpa, joder).
—Ramón, me dicen de Realización que te…
—(¡Espera, espera, Anne! Los espectadores no lo han visto, estás tú sola en un primer plano. Los dos sois vascos; díselo en euskera y así se enterará menos gente).
—Entzun, Ramontxu, guárdate la polla, que la llevas fuera. ¡Uy, perdón!
—¡Anda leche, ya decía yo! Se me ha quedado más fría que una llave inglesa. ¡Jajajajaja! Mira, toca.
—No voy a tocar nada, Ramón. Atención corazones, todos preparados en sus casas, que entramos en el último minuto. Ya saben, primero el carillón, luego los cuartos y después las campanadas.
—¿Sabes, Anne, quién da las mejores campanadas?
—¿Quién?
—¡La que tengo aquí colgada! ¡Jajajajaja!
—Ramón, por favor…

“¡Talán, talán, talán, talán…!”

—¡Ahí va la hostia, que baja el carillón! ¡Vaya boloncio! ¡Jajajajaja!
—¡Atentos, que vienen los cuatro cuartos! ¡Qué nervios!

“Din donggg… din donggg… din donggg… din dong…”

—¡Ahora sí, corazones, empiezan las campanadas! ¡Ya pueden comerse las doce uvas, con cuidado para no atragantarse!
—Y si no les da tiempo a comerse todas, que se las tomen al estilo “garrulo”.
—¿Y eso cómo es?
—Te metes seis en la boca y otras seis en el culo. ¡Jajajajaja! Venga, Anne, vamos a contar juntos…
(¡Dile que se calle, Anne, por sus muertos!)

“Gonggg…”

—¡Uno! ¡Los cojones de Unamuno! ¡Jajajajaja!
—Por favor, Ramón…

“Gonggg…”

—¡Dos! ¡Las pelotas de Galdós! ¡Jajajajaja!
—¡Ramón! ¡Para, por favor!
—Vale, vale…

“Gonggg…”

—¡Tres!

“Gonggg…”

—¡Cuatro!

“Gonggg…”

—¡Cinco! ¡Por el culo…
—¡Ramón! ¡Por Dios!
—(¡Dale con la botella en la cabeza, Anne! Yo me hago responsable).

“Gonggg…”

—¡Seis!

“Gonggg…”

—¡Siete! ¡La picha de Manolete! ¡Jajajajaja!
—Ramón, ¿qué te pasa? ¿Por qué haces esto?
—Vale, ya me callo…

“Gonggg…”

—¡Ocho!

“Gonggg…”

—¡Nueve!

“Gonggg…”

—¡Diez!

“Gonggg…”

—¡Once! ¡Los huevos de Enrique Ponce! ¡Jajajajaja!

“Gonggg…”

—¡Y doce!
—Bueno, corazones, ahora sí… ¡Feliz dos mil dieci…!
—¡Espera Anne, que falta el chupinazo! ¡PROOOOOOOOP! ¡Toma cuesco! ¡Jajajajaja! Es de dos yemas por lo menos. ¡Jajajajaja!
—(¡No me lo puedo creer! ¡Se ha peído en antena! ¡Delante de millones de espectadores!)
—Yo… sniff… no sé qué decir… sniff… Feliz… sniff… dos mil diecinueve, corazones.
—¡Hala, todo el mundo a mamarse, los niños también! Y ahora que digo de los niños…
—(¡Por el amor de Dios, que haga lo que le dé la gana pero que deje a los niños en paz!)
—… que sepáis, niños, que los Reyes Magos son los…
—¡No, Ramón, por favor te lo pido! ¡Que mis hijos son pequeños todavía y nos estarán viendo!
—Bueno… porque eres tú, Anne, que si no, se iban a enterar de cuatro cositas.
—(Anne, no llores, tú no tienes la culpa. Despedíos hasta el año que viene y vente rápidamente al Control de Realización. Aléjate de él. Ahora mandaremos a los chicos de seguridad).
—Bueno, corazones… yo… sniff… yo no sé si el año que viene volveré a estar aquí… sniff… yo ahora solo quiero llegar a casa y abrazar a mi familia… sniff, sniff… Despídete tú de los espectadores, Ramón. ¿Ramón…? ¿Dónde estás…?

En ese momento se ve en pantalla a Ramontxu subido de nuevo a la barandilla del balcón, pero esta vez completamente desnudo salvo por el calzoncillo, la capa española que lleva colgada a modo de superhéroe y un antifaz de fiesta. Debajo del balcón, en la plaza de la Puerta del Sol de Madrid, la multitud enfervorecida corea su nombre y le jalea para que se lance a sus brazos.

De repente, pone una mano en la cadera, levanta la otra hacia el cielo cuajado de fuegos artificiales y, al grito de “¡soy Súper Ramón!”, se deja caer hacia delante. Es su noche, su gran noche. Y solo acaba de empezar.

FIN.

NOTA: Quede claro que esto que han leído es una historia inventada de humor y ficción. El señor Ramón García es un profesional intachable que jamás, ni aún en el improbable caso de encontrarse bajo los efectos de ninguna sustancia, sería capaz de comportarse de este modo. Ni aunque haya pasado una mala noche.

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