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(Ilustración de M.S. de Frutos).

Un tiempo después de aquella clase de CrossFit en la que las pasé canutas (leer aquí), mi compañero de oficina, Manolo, me propuso ser su pareja en un partido de pádel. Su partenaire habitual estaba de viaje y me confesó que no había encontrado a nadie que pudiera suplirle.

Yo jamás había practicado ese deporte. Lo más parecido que había hecho era jugar a las palas en la playa con mi padre cuando era pequeño. Pero Manolo me convenció diciéndome que se le pillaba el tranquillo enseguida y que después de cada partido siempre se tomaban unas cañas. “Esto va a ser lo mío”, pensé.

Esa tarde, mientras merendaba un bocadillo de chicharrones, caí en la cuenta de que no sabía cómo había que vestirse para jugar al pádel. Decidí ataviarme lo más deportivo posible. Me coloqué un culote de ciclista del equipo Reynolds, heredado de mi padre, al que le faltaban varias letras. Después me puse una camiseta interior de tirantes para poder mover bien los brazos. Saqué unos calcetines blancos de los de las raquetas cruzadas, muy adecuados para la ocasión, y las deportivas J’Hayber que tenía de cuando hacía gimnasia en el instituto. Y, como complementos, elegí una muñequera roja para secarme el sudor y una gorra de Caja Rural.

Me miré al espejo metiendo tripa y constaté que tenía el aspecto de todo un deportista profesional. Ensayé unos cuantos palazos al aire y noté cómo se me disparaba la adrenalina. Estaba listo para saltar a la pista.

Metí en la mochila tres plátanos y una botella de un litro y medio de batido de chocolate para mantener la glucemia en niveles óptimos. Había leído que una bajada de azúcar debida al ejercicio intenso podía ser algo muy peligroso.

Salí de casa y me monté en el coche. En el reproductor de CD’s, José Luis Rodríguez, El Puma, cantaba su Pavo Real a todo volumen.

Manolo me estaba esperando en la puerta del polideportivo.
—¿De dónde vienes con esa pinta? —me preguntó.
—De casa, ¿por?
—No, por nada. Y eso que llevas en la mano, ¿qué es?
—¿Qué va a ser? La pala para jugar —contesté.
—Ahmm… ¿Y de dónde la has sacado?
—Me tocó en un sorteo cuando era pequeño.
—Ya veo, ya… Joder, si hasta pone NIVEA.
—¿Qué pasa? NIVEA es una buena marca.
—Anda, tira para dentro…

Llegamos a la pista, donde nos aguardaba la pareja rival para el partido. Se me quedaron mirando y luego se miraron entre ellos, seguramente impresionados por mi atuendo deportivo. Ellos iban vestidos con unos simples pantalones cortos y camisetas.

Antes de entrar en la pista, Manolo me había hecho un resumen de las principales reglas de juego.

—¿Te ha quedado claro? —preguntó desconfiado.
—Clarinete.
—Bueno, a ver si es verdad.

Después del peloteo de calentamiento comenzó el partido. El primer saque me tocaba a mí, así que me coloqué a la derecha de mi campo y detrás de la línea, siguiendo las instrucciones que me había dado mi compañero. Lancé la bola al aire y levanté la pala dispuesto a darle un buen zurriagazo como había visto hacer a Nadal en la tele.

—¿Qué haces? —gritó Manolo—. ¡Así no se saca!

Resulta que en el pádel el saque no es como en el tenis, sino que se lanza la bola a cucharón. “Pues qué poca gracia”, pensé. Pero bueno, le hice caso. Cuando el rival respondió al saque, me fui corriendo hacia la izquierda para devolvérsela de nuevo con un revés. Sin quererlo, le estampé la pala en la oreja a Manolo.

—¡Joder, Boni! ¡Esa bola era mía, tú quédate en tu lado, coño! —dijo frotándose la sien.
—Vale, vale… Me quedo en mi lado. Perdona, hombre.

El partido prosiguió y fuimos perdiendo todos los sets. Manolo no paraba de regañarme: “no te metas en mi lado”, “no cojas la pala como una sartén”, “cubre bien los huecos”, “no dejes que bote dos veces”, “flexiona las rodillas” y así todo el rato.

Llegó un momento en el que yo me encontraba detrás de él, aunque él decía que eso nunca había que hacerlo. Nos lanzaron una bola larga, fácil. Yo quería demostrarle a Manolo que podía ser un buen compañero de pádel, así que me preparé para devolverla con un potente mate que dejara fuera de juego a los rivales. “¡Mía!”, grité, y golpeé la bola con todas mis fuerzas. Con tan mala fortuna, que la pala se me escapó de la mano porque no me había puesto el cordón de seguridad en la muñeca y salió disparada hacia la cabeza de mi compañero, que estaba de espaldas. Sonó un golpe seco y Manolo cayó de bruces como un saco de patatas.

Lo llevamos inconsciente al hospital. Allí le dieron siete puntos y lo dejaron unas horas en observación. Cuando por fin salió, intenté disculparme.

—Manolo, yo…
—Cállate —me interrumpió —. No hables.
—Hombre, Manolo, ha sido sin…
—¡Que te calles!

Desde aquel día no ha vuelto a dirigirme la palabra en la oficina; se comporta como si no nos conociéramos de nada. Tampoco ha vuelto a invitarme a jugar al pádel con él.
Una pena, ahora que le había empezado a coger el tranquillo.

FIN.

Episodio 4: «Body Combat: Patada Mortal». Leer aquí.

https://www.safecreative.org/work/1902139937242-el-rey-del-padel

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*Visita el blog del ilustrador M.S. de Frutos: https://humorensutinta.wordpress.com/