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(Ilustración de Segundo Deabordo)

Texto: El Capitán Carallo // Narración y edición: Luis María Henares (Onda Aranjuez).

Para escuchar la versión audiocuento, dale al play:

 

Érase una vez tres cerditos adolescentes que vivían felices y tranquilos en el bosque sin dar un palo al agua, porque ninguno de los tres quería estudiar ni trabajar.

—Yo quiero ser youtuber —decía uno.
—Yo seré DJ —aseguraba otro.
—Y yo una estrella del reggaeton —vaticinaba el tercero, que ya vestía con chándal y collares de oro.

Sus vidas transcurrían plácidamente y sin preocupaciones, hasta que un día llegó un lobo al bosque. No era peligroso, porque se había vuelto vegetariano, pero sí muy pesado y andaba constantemente achuchando y pellizcando a los cerditos. Que si “¡ay, qué jamones más gorditos!”, que si “¿de quién es este culete?”, que si “¡como coja esos mofletes verás tú!”… y en ese plan.

—¡Qué tío más cansino! —se quejaba uno de ellos—. ¡Me tiene hasta el apéndice posterior de la columna vertebral!
—¿Eso que significa? —preguntaba el futuro reggaetonero.
—Que me tiene hasta el rabo.
—¡Ah, a mí también!
—Tengo una idea —dijo el más resuelto—. Hagámonos una casa para poder refugiarnos y que no nos moleste.

A los otros dos les pareció bien la propuesta, pero cada uno se hizo la suya. Porque como reza el dicho, “cada cerdo en su casa y Dios en la de todos”.

Nota aclaratoria: Lo de que “cada uno se hizo la suya” es una forma de hablar. Lo que hicieron fue pedir dinero a sus padres y se compraron tres casas prefabricadas. Ya hemos mencionado al inicio del cuento que los tres eran bastante vagos.

Al cabo de unos días, el cánido apareció con el soniquete de siempre. Que si “¿de quién son estas pezuñitas?”, que si “¡esas pancetitas, que las cojo!”, etcétera. Los cerditos se metieron rápidamente en sus casas y atrancaron la puerta para que les dejase tranquilos.

El lobo, que era muy susceptible, se molestó muchísimo. Como no se los podía comer, porque iba en contra de sus principios vegetarianos, decidió darles un escarmiento.

Al principio pensó en derribar las casas soplando fuertemente, pero después de varios intentos poniendo la boca de diversas maneras, se dio cuenta de que los lobos no saben soplar. Frustrado y preso de un cabreo monumental, se fue a un polígono industrial que estaba al lado del bosque y alquiló una retroexcavadora. Regresó con ella y de una sola batida tiró abajo las tres casas, con sus cochinos dueños dentro.

Satisfecho con su acción, el lobo comenzó a apartar los escombros para ayudar a salir a los cerditos. Pero pronto descubrió que el escarmiento se le había ido de las garras: los tres estaban muertecitos.

Al principio se asustó y se puso muy triste; él los apreciaba y realmente no había querido hacerles daño.

Pero como ya no se podía hacer nada por ellos y no había nadie mirando, se pasó su condición de vegetariano por el forro y se los zampó de una sentada con una botella de vino. ¡Que para eso era el lobo, coño! Y a otro cuento…

FIN.

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