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Quizás se hayan planteado ustedes alguna vez, mientras contemplan una obra de arte, esta pregunta: ¿Qué es lo que lleva a un artista a elegir un título u otro para su creación?

En el caso de los grandes pintores de la Historia, podemos llegar a pensar que esa decisión siempre es profundamente meditada y casi tan importante como la realización de la propia obra.

Pues bien, yo creo que en realidad este acto es mucho más prosaico y azaroso. Haciendo un ejercicio de imaginación, veamos cómo pudo haber sido ese momento de «bautizar» algunos de los cuadros más famosos de todos los tiempos.

1.- Salvador Dalí

—Mira, Gala, lo acabo de terminar. ¿Te gusta?
—Bueno… en tu línea. ¿Y el título?
—Relojes blandurrios y otras chorradas que se me ponen en la punta del ciruelo.
—Ya estamos como siempre, Salvador.
—Pues nada, ponle tú el nombre.
La persistencia de la memoria.
—¿Y esa chorrada? No tiene nada que ver con el cuadro.
—Pero suena muy profundo.
—Anda bueno…

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2.- Leonardo da Vinci

—¿Qué estás pintando, Leo?
—Es una señora sujetando un animal que me he inventado: una mezcla de perro pequeño, gato escaldado y rata de campo.
—Ese animal ya existe. Es un armiño.
—¿Que eso existe? «Amosnomejodas»…
—Te lo juro.
—Pues nada, ya tengo el título. La dama del ardiño.
—Ardiño no. Armiño.
—Eso.

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3.- Diego Velázquez

—Y este cuadro, señor Velázquez, ¿cómo lo va a titular?
—Se va a llamar Ven, agáchate aquí, que me vas a comer la…
—Espere, espere… ¿qué tal algo más comedido?
—¿Como qué?
—Pues… El triunfo de Baco, por ejemplo.
—Joder con los eufemismos. Venga, vale.

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4.- El Bosco

—Mira cariño, ya he terminado el cuadro.
—¿Cómo lo vas a llamar?
Orgía de tres pares de cojones con barra libre de alcohol y psicotrópicos a punta pala.
—No seas bestia. Busca algo más elegante, anda.
Gente en pelotas retozando, animales gigantes y un montón de gilipolleces que se me han ido ocurriendo sobre la marcha.
—Te vas acercando. Sintetiza.
La juerga más grande del mundo.
—Casi. Dale un toque místico.
El jardín de las delicias.
—Perfecto. Ya lo tienes.

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5.- Francisco De Goya

—¿Ha terminado el cuadro de mi mujer, señor Goya?
—Aquí lo tiene: Tía cachonda en pelotas con una teta mirando a Murcia y otra a Pontevedra.
—Hombre, tampoco se pase.
—Tranquilo, que es broma. Póngale usted el título que quiera.
—Había pensado La maja desnuda.
—Muy maja su mujer, sí. Jijijiji…
—Cabrón.

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6.- Sandro Botticelli

—Bonito cuadro, señor Botticelli. ¿Cómo lo ha titulado?
—Pues llevo varios días dándole vueltas y todavía no se me ha ocurrido nada. Soy malísimo para poner títulos. A ver, ayúdame. Dime algo bonito que hayas vivido.
—Déjeme pensar… El nacimiento de Venus, mi hija.
—Pues venga, eso mismo. Que ya me estaba agobiando.

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7.- Diego Velázquez (II)

—¿Ya ha terminado el cuadro que le encargamos, señor Velázquez?
—Así es.
—¿Cómo lo ha titulado?
—Estaba pensando en llamarlo La última cena.
—Ya existe una obra muy famosa con ese nombre. Además, ¿a qué viene ese título? ¿Qué tiene que ver con este cuadro?
—Porque todos los personajes que he pintado acaban de cenar, incluido el perro.
—¿Y por qué lo de “última”?
—Porque nadie les puede asegurar que vayan a cenar más veces. A lo mejor se mueren esa misma noche.
—Ya… ¿Y si hace como los demás pintores y pone un título sencillo, que describa lo que se puede ver en el lienzo?
—A ver… ¿qué tal “Tres niñas que nunca han tomado el sol y otra con cara de señora mayor, un niño pisando a un perro al que le da igual todo, dos que no sé quienes son, otro que no me acuerdo de si subía o bajaba y yo asomándome con un bigote estupendo”?
—Vamos a hacer una cosa, señor Velázquez. Usted dedíquese a pintar y ya pongo yo los títulos.

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FIN.

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https://www.safecreative.org/work/1904100603446-el-secreto-de-los-grandes-pintores