(Ilustración de Segundo Deabordo)
Cuando llamé para concertar la entrevista, yo esperaba escuchar una escalofriante voz de ultratumba al otro lado del teléfono, como cabría esperar de una antiquísima momia egipcia. Pero me respondió una agradable voz femenina con un sutil acento que no supe identificar.
—No soy quien usted cree —me aclaró—. Soy Gladys, su asistente personal. El señor se encuentra descansando en este momento.
Acordé con ella una cita y me presenté en el domicilio indicado, situado para mi sorpresa en una pequeña localidad de la provincia de Soria. Me recibió un hombre joven ataviado con uniforme blanco.
—Buenos días, ¿es usted…
—No. Soy su enfermero. —Me interrumpió—. Pase, por favor.
Me instó a quitarme los zapatos y calzarme unos patucos sanitarios desechables. También me rogó que me lavase las manos con jabón desinfectante y me preguntó si padecía alguna enfermedad contagiosa.
—Disculpe las molestias —se excusó—, pero la salud del señor es delicadísima y toda precaución es poca.
—Vaya, no lo sabía. ¿Se encuentra muy mal? —pregunté.
—Bueno… para la cantidad de años que tiene encima, bastante bien está. Pero si obviamos ese detalle, la verdad es que está hecho una pena.
—¿Qué enfermedad padece?
—Todas. Desde que salió de la tumba ha contraído y desarrollado todo tipo de afecciones tumorales, infecciosas, respiratorias, cardiovasculares, digestivas, autoinmunes… de todo. De algunas de ellas se ha ido recuperando, pero otras han seguido su curso. Así que imagínese. Eso sí, la cabeza la tiene estupendamente; algo inexplicable para la Medicina.
Después de estas aclaraciones, me condujo por un angosto pasillo hasta una amplia sala que se asemejaba a una habitación de hospital. Una cama articulada rodeada de aparataje médico ocupaba el centro de la estancia. Dos butacas y una mesilla completaban el austero mobiliario.
—Una última cosa —me advirtió el enfermero antes de marcharse—. El señor está un poco sordo, así que deberá hablarle lo suficientemente alto.
Se escuchó un ruido de cisterna y una puerta se abrió lentamente. A través de ella apareció una figura enclenque envuelta completamente por vendas, salvo unas pequeñas aberturas para los ojos, nariz y boca. Caminaba con pasos cortos e inestables, apoyándose en un soporte con ruedas del que pendía una bolsa de suero. Antes de llegar a la butaca, le sobrevino un ataque de tos espantoso. “Se va a morir antes de que le entreviste”, pensé. Dio varios pasos más y por fin alcanzó a tomar asiento trabajosamente. Suspiró un par de veces y después reparó en mí.
—¿Quién es usted? ¿Qué quiere? —su voz era un hilo frágil y fatigado.
—Vengo a hacerle una entrevista —respondí.
—¿Que es usted dentista?
—No. —Alcé la voz—. Que vengo a hacerle una entrevista.
—¡Ah, ya decía yo! Poco trabajo iba a tener conmigo si fuese dentista. Hace décadas que perdí los últimos dientes.
—Deduzco que es usted La Momia, ¿verdad?
—Pues sí, hijo. Supongo que el aspecto me delata. Aunque ya nadie me llama así. La gente que me rodea me llama “señor”, y casi lo prefiero. La palabra momia se emplea a menudo para referirse a una persona físicamente desmejorada o demacrada.
—Sí, es cierto —aseveré.
—Que no digo yo que me encuentre en la mejor forma de mi vida, pero vamos, que voy tirando… Aaaaa… Aaaaa… ¡Aaaaaachís! —estornudó fuertemente.
—¡Salud! ¿Quiere que le preste mi pañuelo? —le ofrecí.
—¿Que me parezco a su abuelo dice?
—No. —Volví a alzar la voz—. Digo que si quiere que le preste mi pañuelo.
—Ah, no se preocupe, tengo el mío. Bueno, pues usted dirá. ¿Qué es lo que quiere conocer de mí?
—Pues, por ejemplo, me genera mucha curiosidad saber qué hace usted viviendo en Soria.
—No es tan extraño. Volver a tus raíces después de un tiempo es algo bastante frecuente, ¿no cree?
—¿Volver a sus raíces? ¿Pero no es usted la momia de un sarcedote del antiguo Egipto?
—¡Qué va! Eso es un rumor que se extendió hace mucho tiempo.
—Entonces, ¿de verdad es usted de Soria?
—¿Noria? ¿Qué noria?
—No. Soria. Le pregunto que si es usted de Soria.
—¡Ah! De toda la vida, hijo.
—En ese caso, me imagino que tampoco llevará muerto miles de años como asegura la leyenda…
—Claro que no. En el verano de 1936, cuando tenía cuarenta años, me pilló una vaquilla durante un encierro, provocándome múltiples laceraciones y rompiéndome varios huesos. Por eso llevo el cuerpo lleno de vendas. A los pocos días, y debido a una severa infección a causa de las heridas, fallecí en mi casa. Bueno, realmente no estaba muerto, sino que entré en un estado de catalepsia que hizo creer a mi familia que había fallecido. Por aquel entonces no se hacían las comprobaciones técnicas que se hacen hoy en día para certificar una defunción. Como mucho, te clavaban un palo entre las costillas dos o tres veces y si no te movías, te daban por muerto.
—¿Qué ocurrió después?
—Mi familia era muy humilde y no tenía recursos para costear un entierro, así que cavaron una fosa en el monte y me echaron allí. A los pocos días, como usted sabrá, estalló la guerra civil española. La zona en la que estaba inhumado se convirtió en uno de los frentes de batalla, y una de las explosiones me despertó del estado cataléptico en el que me encontraba. Como me habían enterrado sin caja y a poca profundidad, pude salir a la superficie por mí mismo.
—Caray, es una historia propia de una película.
—¿La vesícula? Me la quitaron hace años. ¿Por qué lo pregunta?
—No, digo que su historia parece una película —repetí en voz alta.
—¡Ah! Pues espere que acabe de contarle. Cuando salí de aquella precaria tumba envuelto en los vendajes, varios soldados que estaban presentes huyeron despavoridos creyendo que era una antigua momia que había resucitado. Lo que vino después es lo que ocurre a menudo: la leyenda se va exagerando y tergiversando con el paso de los años. De ser la inofensiva momia de un vecino de Soria llegué a sanguinario sacerdote del antiguo Egipto fallecido hace más de tres mil años. ¡Ahí es nada!
—Ha dicho que tenía cuarenta años cuando le enterraron vivo.
—Recién cumplidos.
—Eso quiere decir que nació usted en…
—En 1896 —se adelantó—. No se moleste en hacer el cálculo, ya se lo digo yo: tengo ciento veintitrés años. No son los tres mil que me adjudican, pero no está mal, ¿verdad?
—Me está usted dejando de piedra.
—¿Está en la quiebra? Pues ya lo siento, hijo.
—No, digo que me deja usted de piedra con lo que me está contando. Hay dos preguntas que me vienen a la mente. ¿Por qué nunca ha revelado usted la verdad de lo ocurrido? ¿Y por qué se ha dedicado a asesinar a personas inocentes desde entonces?
—Ambas cuestiones tienen la misma explicación. Yo jamás he matado a nadie, al menos voluntariamente. Todas las víctimas que me atribuyen son personas que fallecieron del ataque de pánico que experimentaron cuando me aparecí ante ellas. Imagínese, con el cuerpo vendado de pies a cabeza y con esa leyenda de la momia egipcia asesina circulando por medio mundo… En cuanto me acercaba a alguien para contarle quién era yo realmente… o salían corriendo o caían fulminados. Por eso nunca tuve la oportunidad de revelar la verdad a nadie. Solo mi asistenta y mi enfermero conocen mi auténtica historia.
—Qué tremendo… Y entonces, ¿a qué se ha dedicado usted en todo este tiempo?
—Al cine y a la televisión. Un día descubrí que la única manera de ganar algo de dinero sin provocar la muerte de inocentes era presentarme a los castings de películas y series donde pudiesen aparecer personajes con el cuerpo cubierto de vendas. Desde entonces he participado de “extra” en decenas de ellas, algunas muy exitosas: Urgencias, House, Médico de familia, Hospital Central, … ¡Ajam! ¡Ajam! ¡Ajam! —Le sobrevino otro persistente ataque de tos.
No daba crédito a lo que estaba descubriendo. La siniestra y legendaria Momia que había atemorizado a medio mundo durante varias generaciones era en realidad un pacífico señor de Soria dado por muerto erróneamente que se dedicaba a hacer de figurante televisivo. ¡Increíble!
—Estoy completamente desconcertado —reconocí—. De todos los monstruos que he entrevistado, su caso es sin duda el más fascinante. La verdad es que me encantaría seguir charlando con usted, pero se hace tarde y creo que debería dejarle descansar.
—Por mí no se preocupe, me encuentro bien. Pero si se va a ir, hágame antes un favor —me pidió mientras se levantaba de la butaca con gran esfuerzo—. Mi enfermero ya se habrá marchado y necesito ayuda para tomar la medicación.
—¿Quiere que le traiga un vaso de agua?
—No. Eso podría hacerlo yo solo, hijo. Tenga.
Extendió la mano y me entregó una pequeña caja de cartón. Acto seguido me dio la espalda y se inclinó hacia delante apoyando la cabeza en el borde de la cama. Con ambas manos apartó las vendas que cubrían su trasero y se separó las nalgas. Entonces leí la etiqueta de la caja que me había dado. Eran supositorios.
Les ahorraré a ustedes, queridos lectores, la descripción de lo que aconteció después. Solo háganse cargo de que hay partes del cuerpo humano que envejecen especialmente mal, y mi anfitrión tenía ciento veintitrés años, camino de ciento veinticuatro. Se pueden imaginar…
FIN.
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Qué bueno! Cuando ha empezado no tenía ni idea de por dónde iba a salir. Muy divertido y ocurrente. Y el final… qué decir 😅
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Muchas gracias Fátima, me alegra que haya divertido 🙂
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Lo prometido es deuda mi Capitán!!! 😉 Quería compartir varias cosas: 1- Como todos tus relatos, genial, los he leído todos y varias veces, siempre acaban alegrando el día. Thanks a lot. 2- Ejem… mi asistenta del hogar se llama Gladys… es pura coincidencia, eh?? XDDDD 3- Ahora que lo pienso, tengo un vecino en el 7º cuya edad estará entre los 90 y la muerte…. O_O 4- Desde aquí un saludo y un abrazo muy fuerte a los enfermeros de las residencias de nuestros «mayores» por su dedicada e ingrata labor… y aprovecho para pedir a las farmacéuticas que dejen de fabricar supositorios, por favor, una alternativa yaaaaaa!!. Un abrazo crack!! 🙂
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Jejeje… el supositorio es buena opción si se pone con cariño, claro 🙂
Pregúntale a Gladys si tiene un segundo trabajo en Soria, por si acaso…
Muchas gracias como siempre!
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Qué imaginación! Me he divertido mucho, tienes mucha gracia escribiendo. Saludos de una fan.
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Muy amable, muchas gracias 🙂
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Me encanta todo lo que escribe, Capitán. Gracias por compartirlo.
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Gracias a usted por sus palabras, Ramiro
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Qué divertido! Me imaginé teniendo 10 años y leyendo este relato. (Soy coetánea de la Momia.) Saludos, Capitán!
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Muchas gracias Yamile 🙂 ¡Un saludo!
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Original y muy divertido. Felicidades Capitán Carallo 👍🏻
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Muchas gracias Roberto 🙂
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Que la ha hecho de nuevo Capitán, felicidades no pare de reír
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Muchas gracias Anna Marcia 🙂
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Jojojo… la momia de Soria y con la guerra de por medio. Qué imaginación, Carallo!
Lo de clavar el palo en las costillas para certificar la defunción me ha encantado 😂😂
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Me alegro, muchas gracias 🙂
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Muy bueno, me has alegrado el día con tu humor. Gracias
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Me alegro, Gema. Muchas gracias 🙂
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Al final le pusiste toda la caja de supositorios ? Muy divertida
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Solo un par de ellos. Los que tenía prescritos 🙂
Gracias Loureed!
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Jajajá, se me ha caído el mito de la momia. ¡Y además, sorda! ¡Qué bueno! Se lo enseñaré a mi hijo que acaba de regresar de Egipto. Gracias por las risas, Capitán. Un abrazo.
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Muy buena!!?
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Gracias 🙂
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Seguro que tu hijo tiene algo más de información… 🙂
Gracias por pasarte a leer, Fernando. Un abrazo!
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Muy buena la historia. Ingeniosa y divertida. El final sin palabras,jajaja
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Muchas gracias Sandra 🙂
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Jajajajaja… qué buena la historia. Y el final… «redondito» 😀😀
Enhorabuena Capitán
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Buen apunte, Jorge 👌🏻😀 Gracias!
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El final fue la frutillita del postre, muy ingenioso!
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Muchas gracias Carmen 🙂
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Carallo quise decir 😂😂😂
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Genial! Y qué verdad es eso de en lo que al final devienen las historias
Gracias Cataño!
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Muchas gracias Agüicha 🙂😚
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Me gustó mucho la momia, la verdad es q ud capitan es inteligente y escribe hermoso. Me gusta mucho,eso de llamarse cap Carallo, es gracioso. Saludos.
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Gracias Jorgelina, muy amable 🙂
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Muy bueno, me ha hecho mucha gracia. El final da miedito 😂😂
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Gracias Manu 🙂
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Me quedo con ganas de saber más cosas de la Momia, seguro que guarda más secretos.
Enhorabuena Capitán, me he divertido mucho con la historia.
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Te puedo pasar el teléfono y le visitas. Aunque igual te toca «darle» la medicación, ya sabes 😉
Gracias Alicia 🙂
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Bravo Capitán 👏🏻👏🏻 Cada historia que escribes rebosa imaginación y un sentido del humor extraordinario. Esta de la momia me ha gustado mucho. Un saludo.
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Me alegro de que te haya divertido, Armando. Gracias por tus palabras 🙂
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Por favor, se avisa, que estoy comiendo. Estaba, más bien.
Aparte de eso, me ha gustado esta historia de la momia. 🙂
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Ya sabes que a veces hay que leerme fuera de las comidas, Luna 😉.
Me alegra que haya gustado. Gracias por tu visita 🙂
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Hay que tener mucha imaginación para transformar a la momia en un señor de Soria al que le pilla una vaquilla antes de la guerra civil. Eres un fenómeno, Carallo!
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Gracias Manuel, eres muy generoso 🙂
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Yo le habría lanzado los supositorios a distancia, como el juego de la rana 😂😂
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No se crea que no me dieron ganas…
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Jojojo, eso sí que es un final de miedo 😂😂. Muy buena la entrevista, llena de momentos muy graciosos.
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Muchas gracias Chete 🙂
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Genial!!! Eres un crack
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Muchas gracias Anabel 🙂
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Muy bueno, me encanta cómo has hilado con la guerra civil, muy imaginativo y divertido.
En final muy bueno también 👍🏻
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Gracias José Antonio, me alegra que te divierta 🙂
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Pensaba que después de la entrevista a Jekyll no te podía pasar nada peor, pero lo de los supositorios… 😱😱😱
Genial como siempre, enhorabuena.
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Gajes del oficio, Pedro… muchas gracias 🙂
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Genial, me ha divertido mucho. Gracias!
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Me alegro, Ana. Gracias 🙂
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Me ha encantado 👌🏻Qué imaginación tienes. Mucho mejor que la historia original de la momia 😀
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Muchas gracias Belén 🙂
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Muy bueno Capitán 😅😅.
Lo de «te clavaban un palo entre las costillas dos o tres veces y si no te movías, te daban por muerto» es muy grande. Y el final del supositorio… 👏🏻👏🏻😂😂
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Los métodos tradicionales no fallan, Alfredo. Gracias 🙂
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