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Ilustración de Segundo Deabordo

 

Érase una vez… Érase una vez una… una ratita muy presumida que… que estaba… Érase una vez una ratita muy presumida que estaba barriendo la puerta de su… de su… ¡Puaj!

Lo siento, queridos lectores. Les pido disculpas. De verdad que lo he intentado, pero no puedo seguir con este cuento porque no hay nada que me dé más asco que una rata, por presumida que sea. Es algo superior a mí. Además, ¿de qué demonios va a presumir una rata? ¿De vivir en una cloaca o en un vertedero? ¿De comer basura y ser un saco de enfermedades? ¡Qué asco, por Dios!

Eso sí, como ustedes no tienen la culpa de que las ratas sean unos animales repugnantes, no voy a dejarles sin cuento. Así que, si les parece bien, voy a contarles mi particular versión de “Pedro y el lobo”. Ya saben, aquella historia de un pastorcillo bromista que pide socorro a sus vecinos repetidas veces haciéndoles creer que viene el lobo, hasta que el lobo viene de verdad y se come a sus ovejas… Se acuerdan, ¿verdad?

Pues vamos allá…

Cuentos en Escabeche: «Pedro y el lobo»

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Ilustración de Segundo Deabordo

 

Pedro era un pastor de ovejas, pero moderno. De esos que tienen computadoras y máquinas que hacen todas las tareas: ordeñar y esquilar a las ovejas, analizar la leche y envasarla en tetrabricks, desenredar, limpiar y almacenar la lana en ovillos, etc. Por tanto, era mucho el tiempo libre que le quedaba y se aburría como una ostra.

Como además de aburrirse era tonto de remate, un día se le ocurrió lanzar un bulo en el grupo de whatsapp de pastores de su zona anunciando que un lobo estaba atacando a sus ovejas. Incluso añadió un fotomontaje donde se podía ver a la bestia abalanzándose sobre su rebaño. “Seguro que se lo creen y vienen corriendo” se dijo riendo en voz alta.

Y así fue. Los demás pastores del grupo dejaron inmediatamente sus tareas y acudieron a toda prisa a prestarle ayuda, pero cuando llegaron no encontraron a ningún lobo, sino al imbécil de Pedro partiéndose de risa. “Con lo ingenuos que son —pensaba Pedro—, dentro de dos días les gastaré la misma broma y volverán a picar”.

Pero como los pastores tienen un pronto muy malo —o muy mala follá, como se dice en el campo—, le metieron dos hostias bien dadas —con perdón—, se repartieron sus ovejas y le destrozaron las instalaciones.

—¡Hale, si tienes cojones haces otra vez la bromita! —le espetó uno de ellos.

Y a Pedro se le acabó el cuento. El cuento, el trabajo y las ganas de gastar bromas estúpidas.

No me digan que esto no es un final feliz y no esa cursilería de comer perdices…

FIN

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https://www.safecreative.org/work/1909262026010-la-ratita-presumida