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Ilustración de Javier Granados (Instagram @javiergranadoscenteno)

 

Un día, los padres de Angelito hicieron planes para ir solos al teatro y le llevaron a casa de la tía Maruja, que vivía en el centro de Madrid, porque no tenían a nadie más con quien dejarle.

—¡Yo no quiero ir a casa de esa señora, no la conozco de nada! —protestó Angelito.
—Sí la conoces —le corrigió su madre—. Es la mujer de un hermano de la abuela y estuvo en tu bautizo.
—¿En mi bautizo? ¿No la habéis vuelto a ver desde entonces?
—No.
—De eso hace ya nueve años —apuntó Angelito.
—Pues mira —intervino su padre—, ya va siendo hora de hacerle una visita. ¡Andando!

La tía Maruja era una señora mayor con el pelo cardado y un collar de perlas muy gordas. Su marido la había abandonado muchos años atrás y cada dos por tres estaba diciendo: “¡Si Franco levantara la cabeza…!”. Angelito pensaba que ese tal Franco debía de ser un señor que andaba siempre con la cabeza agachada, como si estuviera buscando monedas por el suelo.

Aunque sus padres le habían advertido que no interrogase a la tía por su marido, lo primero que hizo Angelito cuando le dejaron a solas con ella fue preguntarle:

—¿Por qué se fue tu marido?
—Eso a ti no te importa, niño —contestó la mujer secamente.
—¿Te dejó por otra mujer?
—Que te calles te digo.
—¿O te dejó por un hombre?
—¡Uy, este muchacho, pero qué cosas dice! ¡Si Franco levantara la cabeza…!
—A lo mejor es que no le satisfacías en la cama —aventuró Angelito recordando una frase que había oído en una película.
—¡Qué sabrás tú de esas cosas, mocoso! Anda, pasa al comedor, que vamos a cenar.
—¿A cenar? Son las siete y media, yo no quiero cenar tan pronto.
—Aquí se cena siempre a esta hora, así que haz el favor de sentarte y cómete la sopa, que se va a enfriar.
—No me gusta la sopa.
—Pues te aguantas —le replicó la tía.
—A lo mejor tu marido te dejó porque no le gustaba la sopa.
—Como vuelvas a mentar a mi marido te llevas un bofetón. ¡En qué hora le dije a tu madre que podían dejarte aquí…!

En un momento en que la mujer se ausentó a la cocina, Angelito aprovechó para llevar el plato debajo de la mesa y verter la sopa encima de la alfombra.

—¿Ya has terminado? —preguntó la tía cuando regresó al comedor.
—Sí, estaba muy rica. ¿Qué hay de segundo?
—Nada.
—¿Cómo que “nada”? Tengo hambre.
—De grandes cenas están las tumbas llenas —sentenció la mujer.
—¡Más llenas estarán de gente que no ha cenado, digo yo!
—Menudo contestón estás tú hecho. La culpa la tienen los padres de ahora, que son unos blandengues. En mis tiempos te hubieras llevado más de un buen guantazo. ¡Si Franco levantara la cabeza…!

Después de recoger la mesa, la tía Maruja cogió unas agujas grandes y se sentó en el sillón a tejer una bufanda.

—¿Puedo poner la tele? —preguntó Angelito.
—No.
—Me aburro.
—Pues te compras un mono —le replicó la tía.

Sobre un mueble del comedor estaba enmarcada la fotografía de un señor calvo y con bigote vestido de militar.

—¿Ese es tu marido? —preguntó Angelito a la tía Maruja.
—¡Qué más quisiera yo! Mi marido no le llegaba ni a la suela de los zapatos.
—¿Entonces quién es?
—Don Francisco Franco, el Generalísimo. ¡Dios le tenga en su gloria!

—¿Ese es el que anda buscando monedas? Ahí no sale con la cabeza agachada…
—¡Qué monedas ni qué monedas! Ese es el hombre que mejor ha sabido gobernar España, no como estos sinvergüenzas que hay ahora…

La mujer siguió tejiendo pero a los cinco minutos ya estaba con el cuello doblado hacia delante y roncando como un león. Y entonces, al verla con la cabeza agachada, a Angelito se ocurrió una idea.

En el cuarto de baño encontró un lápiz de los que usan algunas señoras para dibujarse las cejas y le pintó a la tía Maruja un bigote negro idéntico al del militar del retrato. “Se parece bastante —pensó—, pero aún lo puedo mejorar”.

Cogió una caja de fósforos de la cocina, encendió uno de ellos y lo acercó a la tía. La mujer debía de haberse peinado con abundante laca, porque en cuanto la llama le rozó el pelo, se produjo una deflagración que le flambeó la cabeza y la dejó calva como una rodilla en un abrir y cerrar de ojos. ¡Ahora sí que era clavadita al señor de la fotografía!

A pesar del calor y del olor a cabello chamuscado, la señora ni se inmutó. Siguió roncando plácidamente y así permanecía cuando llegaron los padres de Angelito a recogerlo.

—¿Dónde está la tía? —preguntó su madre cuando abrió la puerta.
—En el salón, durmiendo —contestó el niño.

Cuando la madre entró y vio a la mujer completamente calva y con bigote, se llevó las manos a la boca y dejó escapar un grito.

—¡Ay la Virgen! ¡Pero que ha pasado aquí!
—Sssschhhh… no grites —susurró el padre de Angelito—, que la vas a despertar…
—¡Pues claro que la vamos a despertar! ¿O es que quieres que la dejemos así?
—Se la ve muy a gusto y, a su edad, alimenta más el sueño que la comida —dijo el padre con convicción.

En ese momento, la tía Maruja abrió los ojos y miró hacia donde estaban los recién llegados.

—¡Ah, ya estáis aquí! —exclamó—. ¿Qué pasa? ¿Por qué me miráis con esa cara?

La madre de Angelito tenía los ojos como platos y era incapaz de articular una palabra, y el padre se mordía los labios aguantándose la risa. La tía se levantó del sillón.

—¿Os ha dado un aire o qué? —insistió—. ¡Ni que estuvierais viendo un fantasma!

Entonces, aún adormilada, se giró hacia la derecha y vio su reflejo en el espejo que colgaba de la pared. El mismísimo General Francisco Franco, ataviado con pendientes y un collar de perlas, la miraba fijamente. La mujer levantó un brazo, gritó “¡Arriba España!” y se desplomó sobre la mesita de café que había detrás de ella.

Una ambulancia llegó a la casa y se llevó a la tía Maruja al hospital, ya consciente pero con una crisis nerviosa que la hacía repetir todo el tiempo: “¡Milagro! ¡Milagro! ¡El Caudillo ha resucitado!”.

Unos días después, la abuela de Angelito los telefoneó para decirles que la tía Maruja ya estaba de vuelta en casa, aunque seguía tomando una medicación para los nervios.

—¿Puedo ir con vosotros? —preguntó Angelito a sus padres el día que estos fueron a visitarla.
—No, hijo —le dijo su madre—. La abuela dice que la tía no quiere verte ni en pintura.
—¡Pues vaya! Encima que la ayudé a parecerse a ese señor que tanto le gusta…
—La madre que te parió, Angelito —murmuró su padre en un tono que era mezcla de reproche y orgullo mal disimulado—. A quién habrás salido…

FIN

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https://www.safecreative.org/work/1910092141835-ad-si-franco-levantara-la-cabeza