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Ilustración de Segundo Deabordo

Texto: El Capitán Carallo // Narración: Daniel Rovalher (Ron Lalá)

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Si quieres leerlo, aquí lo tienes:

LA PRINCESA Y EL SAPO

—Por el amor de Dios, hija. ¿Te quieres estar quieta con la dichosa pelotita? —suplicó el Rey—. ¡Me estás poniendo de los nervios!
—No te alteres, querido, ya se le pasará —le intentó calmar la Reina.
—Eso me llevas diciendo desde que cumplió los catorce. La niña tiene ya treinta y dos años. ¡Treinta y dos! —repitió el rey.

Y es que aquella princesa solo tenía un interés en la vida: jugar con su pelota dorada. La hacía rebotar contra las paredes del palacio, contra el suelo; la lanzaba hacia arriba y luego la recogía; otra vez contra las paredes… y así todo el santo día. A todas partes iba con ella.

—Qué ganas tengo de que te cases y nos dejes tranquilos —le decía el Rey a menudo.
—Pues yo de aquí no me voy hasta que aparezca un príncipe bien guapo —le contestaba la joven—. Y rico, a poder ser. Que me lleve a navegar en su yate de superlujo.
—Yate, yate… ya te estás poniendo a trabajar, que tienes edad para ello.

Un día, la princesa estaba enfrascada en su tarea habitual de lanzar la pelota hacia lo alto, cuando una racha de viento la desvió de su trayectoria y fue a parar al fondo de un profundo estanque. La muchacha cogió un disgusto tremendo y se puso a llorar y patalear, hasta que una voz ronca la interrumpió.

—¿Qué te ocurre, princesa?
—¿Eh? ¿Quién ha dicho eso? —preguntó la joven mirando a su alrededor.
—Estoy aquí abajo.

La princesa miró al borde del estanque y vio un sapo gordo de ojos muy saltones que la miraba fijamente.

—Pero… ¿puedes hablar?
—Con fluidez en cuatro idiomas, además del castellano —contestó el sapo—. Y catalán en la intimidad.
—Qué fuerte, un sapo que habla… Oye, ¿tú podrías cogerme una pelota que se me ha caído dentro del estanque?
—Claro que podría, princesa.
—¿Harías eso por mí? —preguntó la muchacha entusiasmada.
—Por supuesto, pero a cambio tendrás que darme un beso.
—¿Un beso? ¿A ti? ¡Puag, qué asco!
—Pues si no hay beso, no hay pelota.
—¡Jó, es que me da mucho asco besar a un sapo!
—Todo tiene un precio, amiguita —dijo el batracio con su voz profunda.
—Espera un momento… yo creo que esta historia ya la he escuchado antes. ¿Tú no serás en realidad un apuesto y rico príncipe al que le han convertido en un sapo? Ya sabes, lo de que le tiene que besar una princesa para romper el hechizo, y eso… Porque si es así, te doy el beso ahora mismo y nos casamos.
—Pues mira… no. Yo soy un sapo que habla, y si me das un beso seguiré siendo un sapo que habla. Pero tengo mucha pasta. Muchísima. Si te casas conmigo no te faltarán joyas, vestidos, coches y todos los caprichos que quieras.
—Suena muy bien, pero… ¿ese trato incluye tener que acostarme contigo?
—Por supuesto.
—Entonces ni hablar.
—Tengo una mansión en Marbella.
—No.
—Y un ático en París.
—Que te digo que no.
—También tengo un yate.
—¿Un yate? ¿Has dicho yate? —A la princesa se le pusieron los ojos como platos—. ¿Y cómo es de grande? ¿Cómo el de Onassis?
—El de Onassis lo llevo como bote salvavidas.
—Hombre, haber empezado por ahí. ¡Venga ese beso, príncipe mío!

Y entonces, la princesa se tragó su asco y besó al sapo. A los pocos días, se casaron por todo lo alto en una fastuosa boda y fueron muy felices. O al menos eso decían cuando les entrevistaban en las revistas del corazón…

FIN

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