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CAPÍTULO 1
Un proyecto a medio plazo
José Luis no ha pegado ojo en toda la noche. Aún está metido en la cama, dándole vueltas al asunto. Tiene algo importante que contarle a su mujer e intuye (sabe) que no le va a gustar escucharlo; por eso espera hasta el último minuto. De hecho, es ella quien rompe el silencio al entrar en el dormitorio y le obliga a desembuchar.
—¿Se puede saber qué haces ahí todavía? Vas a llegar tarde.
—No voy a ir a trabajar, Amparo.
—¿Y eso? ¿Te encuentras mal?
—No.
—¿Te has cogido un día libre?
—Tampoco.
—¿Entonces?
José Luis se incorpora y apoya la espalda en el cabecero de la cama. Respira hondo, se arma de valor y lo suelta.
—Ya no voy a volver al trabajo.
—¿Qué ha pasado? ¿Te han despedido?
—No. Me he despedido yo. Bueno, realmente me he cogido una excedencia de un año sin sueldo.
—¿Un año sin sueldo? ¿Y de qué vamos a vivir, José Luis? Porque con la miseria que gano lavando cabezas en la peluquería, ya me dirás tú…
—Es que voy a empezar a trabajar en otra cosa.
—Hombre, haber empezado por ahí.
El tono y el gesto de Amparo se han relajado, pero va a ser por poco tiempo. Lo bueno viene ahora.
—Cuéntame, ¿qué trabajo es?
—Me voy a hacer asesino. Asesino en serie.
—¿Que te vas a hacer qué?
—Pues eso. Asesino.
—Pero vamos a ver, José Luis. ¿Qué tontería es esa de que te vas a hacer asesino? Además, ¿qué dinero vas a ganar con eso?
La pregunta no le pilla por sorpresa; José Luis conoce bien a su mujer. Vuelve a respirar hondo y articula la respuesta con firmeza. Se nota que ha estado ensayando.
—Esto es un proyecto a medio plazo, Amparo. Al principio no habrá ganancias pero, si se me da bien y cojo buena fama, pronto empezarán a llamarme para asesinar por encargo. Y eso está muy bien pagado.
—¿Pero tú te estás oyendo? ¿Quién te va a llamar a ti para que mates a nadie?
—Pues… traficantes para ajustes de cuentas, amantes despechados, herederos para cobrar herencias… Hay mucho mercado, mujer.
—¿Mucho mercado? A ti lo que te pasa es que has visto muchas películas —le reprocha Amparo mientras comienza a vestirse—. Mañana mismo te vuelves a tu puesto de conserje.
—Que no, Amparo, que ya no aguanto más en el Ayuntamiento. Llevo allí metido más de media vida. En cuanto cruzo la puerta, me entra un agobio y una ansiedad por el cuerpo… Lo llaman el «síndrome del trabajador quemado».
—Venga, no me cuentes cuentos, José Luis. Para quemarse trabajando primero hay que trabajar, y sabes perfectamente que allí no das un palo al agua.
—¡Que te digo que no, que no voy a volver! Necesito salir de mi zona de confort y hacer algo más estimulante.
Por la cara que pone Amparo, José Luis teme (sabe) que esa última frase no ha tenido el efecto que esperaba.
—Esa tontería de la «zona de confort» la has sacado del libro que tienes ahí, ¿verdad? —le acusa Amparo señalando al bestseller de autoayuda que descansa sobre la mesilla de noche.
—Pues sí. Y dice otras cosas muy interesantes.
—Eso es un engañabobos para llenarle la cabeza de pájaros a ingenuos como tú y que se crean que pueden conseguir todo lo que quieran. Y claro, luego pasa lo que pasa; que vienen los batacazos y los llantos. Porque, a ver, ¿qué sabes tú de asesinar? ¿Has matado alguna vez a alguien?
—Todavía no, mujer. Pero bueno, será cuestión de ir aprendiendo poco a poco. Había pensado en empezar con algo fácil para ir cogiendo soltura, como empujar a alguien a las vías del metro o atropellar a algún anciano con el coche, por ejemplo.
—¿Y las cámaras de vigilancia, qué? ¡Que hoy en día lo graban todo, José Luis!
José Luis no había tomado en consideración ese detalle. Las grandes ciudades están repletas de ojos que vigilan y registran todo lo que ocurre en cada rincón las veinticuatro horas del día. En eso tiene que darle la razón a su mujer.
—En eso tengo que darte la razón. Tendré que usar una máscara para que no se me reconozca. ¿En casa hay algo que me pueda servir?
—En el trastero está el disfraz de Bob Esponja que te pusiste el último carnaval —le dice Amparo con sorna—. Pero vamos, que no te veo yo asesinando a nadie con esa pinta. En todo caso, ibas a conseguir que los niños se quisieran hacer fotos contigo.
—Bueno, pues mañana me compro un pasamontañas.
—¿Cómo que «mañana»? Si te vas a hacer asesino, ya te estás levantando y te pones a asesinar hoy mismo. Nada de quedarte aquí holgazaneando.
—Todavía no estoy preparado para pasar a la acción. Primero tengo que trazar un perfil de las víctimas.
—¿Eso qué es? —pregunta Amparo como si la hubieran hablado en japonés.
José Luis sabe que este es otro momento clave; el de demostrarle a su mujer que se ha documentado sobre la materia.
—Pues que tengo que pensar qué requisitos quiero que cumplan para que sea un grupo homogéneo. Por ejemplo, puedo matar solo a personas con alguna característica física concreta, o que ejerzan una determinada profesión, o que tengan una afición en común… ese tipo de cosas. No se puede ir por ahí asesinando a la gente al tuntún, Amparo. Eso queda muy poco profesional. Hay que seguir un patrón.
—Ahhh…
—Después tengo que pensar de qué forma las voy a ejecutar. Esto también es muy importante, porque cuanto más original sea el método, mayor repercusión tendré. Y a mayor repercusión, mayor número de ofertas de trabajo. El estrangulamiento y el apuñalamiento están muy vistos, por ejemplo.
—Ya…
—Lo mejor es echarle imaginación e ir probando varios métodos para ver con cuál me encuentro más cómodo.
—Claro, claro… —Amparo asiente con la cabeza.
—Luego está el asunto de la equipación. Me tengo que preparar un maletín de trabajo con varias cosas: una cuerda, un hacha, un taladro, una sierra… ¡ah, y un cuchillo! Necesito uno grande y bien afilado.
—Ya veo que la teoría te la sabes muy bien.
—Llevo un tiempo documentándome —asegura José Luis, satisfecho con su exposición.
—Bueno, pues se acabaron las charlas. Sal de la cama y ponte en danza, que ya son horas. Yo me bajo a la peluquería.
Amparo se coloca el abrigo y una bufanda y atraviesa el pasillo en dirección al recibidor. José Luis se levanta de la cama de un salto y la acompaña hasta la puerta.
—Tú confía en mí, mujer. La gota rompe la piedra no por su fuerza, sino por su constancia.
—¿Pero qué piedra? ¿Qué dices?
—Es una frase que viene en el libro —le aclara José Luis.
—A la basura va a ir el librito de las narices…
—Dame una oportunidad. Ya verás como se me da bien.
—Más te vale. Ah, y si necesitas un cuchillo, cómprate uno. No te lleves el de la cocina, que me va a hacer falta luego para hacer la menestra —le dice Amparo bajando las escaleras—. Y de paso, cuando vuelvas tráete el pan y una bolsa de guisantes.
***
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