IMG_3941

(Ilustración de Segundo Deabordo).

—Majestad, acaban de llegar unos comerciantes. Aseguran portar las más sofisticadas y vanguardistas prendas de vestir.
—Estupendo. Hágalos entrar.
—Buenos días, Majestad.
—¿Qué me traéis?
—Canela fina, señor. Una camisa de algodón cultivado a baja temperatura, un par de zapatos de piel de lagarto adolescente de Komodo, unos pantalones de lana de oveja criada en piscina cubierta, un abrigo de pelo de koala alimentado con mortadela y un gorro de flores de plástico. ¡Me lo quitan de las manos, Majestad!

El Emperador se puso todas las ropas juntas para probárselas.

—Joder, vaya pinta lleva… —murmuró en voz baja uno de los asistentes reales.
—¿Qué me cobraría por el lote completo? —preguntó el monarca al comerciante.
—Tres mil maravedíes, señor. Por ser usted.
—Eso es demasiado dinero. Tengo a medio reino muriéndose de hambre… ¡Qué demonios, me lo quedo!
—¡Fenomenalmente! Permítame, Majestad, que le muestre además una prenda muy especial que hemos traído expresamente para usted. Se trata de un traje confeccionado con unas telas del lejano oriente. Son tan finas y mágicas, que solo aquellos más sabios son capaces de verlas.

El comerciante sacó una percha pelada y la puso ante los ojos del Emperador.

—Seguro que su Majestad, que es persona culta y erudita, puede apreciar lo hermoso que es el traje.
—Eh… sí, sí. ¡Por supuesto! ¡Qué maravilla! ¡Qué género!

Los asistentes que conformaban el séquito del monarca se miraban unos a otros, sin atreverse a abrir la boca.

—¿Qué precio tiene? —quiso saber el Emperador.
—Seis mil maravedíes, señor.
—Cuatro mil.
—Cinco mil, y pierdo dinero.
—Ya te veo. Bueno, venga. Trato hecho.

Los comerciantes abandonaron el palacio con los bolsillos llenos y riéndose a carcajadas.

—Madre mía —le dijo uno de ellos al otro—, además de presumido y hortera, este hombre es tonto de remate.

Entusiasmado con su “nuevo traje”, el Emperador decidió estrenarlo en la recepción que se iba a oficiar el día de la festividad del patrón del reino.

Aquella tarde, Su Majestad salió del despacho y se dirigió hacia el lugar donde le esperaba una comitiva de gobernantes y autoridades dispuestos para realizar el tradicional ‘besamanos’. Éstos no daban crédito a lo que estaban viendo.

El monarca se aproximaba con paso firme, completamente desnudo salvo por la corona que portaba en la cabeza. La cara del mandatario que ocupaba el primer puesto en la fila era todo un poema. Se trataba de un cónsul asiático recién llegado a la península.

Cuando Su Majestad llegó frente a él, el cónsul estaba tan nervioso que no sabía dónde mirar. Dudó si inclinarse, besarle la mejilla, darle la mano o abrazarle. Finalmente, en un gesto al principio vacilante pero después resuelto, agarró el pene del Emperador con la mano y lo sacudió como cuando alguien te saluda con vigor.

El monarca puso los ojos como platos y no fue capaz de reaccionar ni articular palabra. El resto de la comitiva desfiló ante él repitiendo el mismo saludo que había marcado espontáneamente el cónsul.

Después de aquel día, esa forma de saludar a emperadores y reyes estrechándole el pene con efusividad quedó instaurada en el protocolo oficial durante varios siglos.

Hace sólo unas décadas, y debido a razones estéticas y de higiene, el saludo real se transformó en el actual apretón de manos con inclinación de cabeza que todos conocemos. Menos comprometedor, sí. Pero mucho más frío y distante, todo sea dicho.

FIN.

Para leer más «Cuentos en Escabeche» pincha aquí.

https://www.safecreative.org/work/1902199994230-cuentos-en-escabeche-el-traje-nuevo-del-emperador

Si te ha gustado, te agradeceré que me dejes tu comentario un poco más abajo. No es necesario registrarse. También puedes compartirlo en tus redes si te apetece 🙂.