A Emilio Gazapo (en el centro) nunca le dijeron que era adoptado. De hecho, cuando iba por la calle con sus dos hermanos y alguien susurraba “mira, el adoptado”, él siempre pensaba que se referían a Jaime, el pequeño. Pero como era un conejo muy prudente, jamás preguntó nada a sus padres.

FiN.

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